No sé cuándo se casaron las
palomitas y el cine, pero debió ser hace mucho ya que es un matrimonio
conocido por todos. Sin embargo, para unos es bien avenido y para otros el origen
de muchas disputas. Unos no conciben el cine sin palomitas y otros no pueden ver
cine si no es con los cinco sentidos puestos en la pantalla.
El otro día vino una señora de las
primeras, de las que no conciben el cine si no es con palomitas. Era la primera
sesión de un día en el que a esa hora está cerrado el Palomitón. La señora se
enfadó porque quería comprar palomitas sí o sí. Mi jefe le ofreció salir fuera
a comprarlas en otra tienda. La señora no quería, no admitía no poder comprar sus palomitas allí, en el cine donde iba a ver la película. Para ella era
algo inseparable, como la anchoa y la guindilla de una gilda o el peanut butter
and jelly de la canción que canta mi hijo estos días. Creo que puso una
reclamación y se subió enfadadísima a la sala. Me pregunto si saboreó o sólo engulló la
película. También recuerdo a cierta princesa a la que le tuve que hacer una olla de palomitas porque nos quedamos sin ellas y quería a toda costa ver su película con palomitas. ¡Qué bello es el cine con o sin palomitas!
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