Escucho las películas antes de
verlas. Conozco los sonidos de las películas antes que las imágenes. Sé cuando hay un asesinato sin verlo en la pantalla.
Las semanas de Utoya no fueron agradables para mí. Convivir con disparos y gritos continuos me alejaba de mis lecturas y me sumía en un pesimismo sin fondo. Me cambiaba de sitio pero Utoya me seguía, se había instalado en mi cabeza.
Las semanas de Utoya no fueron agradables para mí. Convivir con disparos y gritos continuos me alejaba de mis lecturas y me sumía en un pesimismo sin fondo. Me cambiaba de sitio pero Utoya me seguía, se había instalado en mi cabeza.
Cuando me pasa esto, que el
sonido de tragedia me acompaña la lectura, me acuerdo de lo que le decía a
Romeo: que la música es un instrumento más que usa el director para llevarnos
por dónde él quiere. Le decía esto cuando él, al escuchar algún acorde, se
agarraba a mí con fuerza antes de ver cualquier imagen. Que intentara obviar la
música y se centrara en las imágenes, le decía.
Me aplico mi consejo, pero es
inútil. Tengo tatuados los disparos de Utoya en el cerebro a fuerza de
escucharlos semana tras semana. Menos mal que ya se han ido y no he visto ni una sola imagen.
A veces los sonidos me dicen si una peli me va a gustar o no. Es como oler la película antes de degustarla.
Me pasa un poco como a la hermana de Juan Carlos I, que oye las películas y después, supongo, "ve" las imágenes que le cuentan sus acompañantes.
Vivir parte de la vida dentro de un Cine es eso y tararear la canción de los títulos de crédito de alguna película que se alojó también en mi cabeza. ¡Qué bello es el cine!
Vivir parte de la vida dentro de un Cine es eso y tararear la canción de los títulos de crédito de alguna película que se alojó también en mi cabeza. ¡Qué bello es el cine!
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