Ayer llegaron dos regalos para
mis compañeras. Una de ellas dijo: ya van llegando los regalos de Navidad. Qué
morro, dije yo. Acto seguido busqué explicación en una escena que se había dado esa misma tarde: una señora, clienta habitual, se
acercó al palomitón y me sonrió buscando complicidad. Yo no le di más conversación que la que buscó. Me preguntó si había visto la
película que ella iba a ver y respondí que sí.
Que qué me había parecido y le dije que me había gustado, pero que me había dejado
revuelta.
A veces cuando los clientes
vienen estoy con mi mente en otras hazañas y puedo parecer un robot cuando les
atiendo. Otras, cuando la cadencia de clientes no me da para irme de viaje con
la mente, me lo tomo como si estuviera ojeando libros abiertos, cada persona un
mundo. Y así no se me pasan las horas con la sensación de perder el tiempo. Que
en realidad no lo es, pues ese tiempo perdido, el empleado con la mente vacía y
concentrada en el trabajo de despachar, luego puede convertirse en regalos de
Navidad. ¡Qué bello es el cine!
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