Me han preguntado varias veces si
podían pasar al cine con un bebé y creo recordar que siempre dije no. Lo que no
recuerdo muy bien es por qué daba esa respuesta: si era por lo que mi jefe me
dijo en algún momento, si era porque me remontaba a mis tiempos de madre de
bebé en que también quise alguna vez eso y no pude… El caso es que el otro día
cuando vi pasar a una señora con un carrito de bebé, me sorprendí por varias razones. Porque al dar su entrada nadie le dijo nada y porque se metió a ver
una película que no era especialmente silenciosa. Es más, del carrito vi asomar
una manita que se estiró hacia arriba. Aquel bebé no parecía dormido. Me pregunto
cómo pasaría las dos horas. Qué pensaría de oír todos aquellos ruidos en
penumbra. Me pregunto si los cinéfilos papás pudieron ver la película. Entre pregunta y pregunta, me preguntaron por un cambiador y casi antes de que
les respondiera, se respondieron ellos: claro, los bebés no van al cine.
Esto enlaza con aquellos deseos de madre de bebé de ir al cine con Romeo
dormido o con la noticia que leí una vez de una sala abierta por la mañana para
madres con bebés. No sé si es muy buena idea, la verdad… Es más, me rechina
todos los inventos que surgen para madres con bebés y para lo contrario,
familias sin niños. Me rechina todo lo que separa (entendiendo aquí separar por etiquetar) la vida de la vida.
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