Como si no existiera. Es la frase
que me repito siempre que me sucede algo parecido a lo que me pasó el otro día.
Quedaron para comer abuela, tía y nieto en el Vips. Yo en casa. Como si no existiera,
me dije. Hace unos días, en casa de mis padres, también lo pensé cuando no
hacían más que preguntar a Romeo por el viaje a Mauricio que acabábamos de
realizar. Romeo ni mú, no tenía ganas de contar. Yo ni mú, nadie me preguntaba.
Como si no existiera.
Hoy se supone que es mi santo. Así me lo dijo una vez mi cuñada que se llama igual que yo y por eso me lo he
aprendido. Siempre hago cosas especiales los días especiales. Como hoy. Había
pensado ir a comer a casa de mis padres, aprovechando que Romeo se queda tarde
y noche con ellos. Pero la abuela quería ir a recoger a Romeo al colegio y
Romeo quería que le recogiera la abuela. Con lo cual yo sobraba para realizar
la tarea de recogerle y llevarle a casa de los abuelos. Ni la abuela ni Romeo
se acordaron de que habíamos hablado de la posibilidad de comer fabada hoy
todos (incluida yo).
Estoy en la “edad del sándwich”.
Es decir, en una edad en la que mi hijo cada vez quiere estar menos conmigo
porque se encamina a la adolescencia. Pero, a su vez, me sigue necesitando para que cuide de él porque todavía es un niño. En la que mis padres se han olvidado de
mí porque son abuelos. Pero requieren de mis cuidados porque son ancianos. Una
edad un tanto incómoda porque tengo que buscar señales distintas a las de siempre para sentirme querida. Me gustaría que me incluyeran en sus planes, aunque luego diga que
no me apetece. Porque en realidad no me apetece lo más mínimo ir a casa de mis
padres a comer fabada. Prefiero hacerme un brunch con bagel de salmón, queso y
alcaparras, zumo de naranja y café mientras veo “Fanny y Alexander” en casa calentita. Yo existo y me quiero.
1 comentario:
Hola Macarena.Sigo leyendo lo que escribes.Me siento muy identificada con tus reflexiones.
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