Me causa curiosidad la distribución del tiempo de las personas, cómo se organizan el día a día. Es algo que
me viene de lejos, desde que elaboraba mis horarios de niña, quizás. Con la llegada de
Romeo al mundo, esta curiosidad mía es aún más intensa. Me interesa saber
cómo se organizan las familias, cómo usan su tiempo en este mundo.
Me llaman la atención y son
objeto de mis reflexiones, aquellas familias para quien los fines de semana el
mundo se vuelve del revés o del derecho, según se mire. Es decir, que durante
la semana siguen un horario y el fin de semana otro totalmente diferente. Hace
poco una amiga me decía que los viernes sus hijos dormían siesta para retrasar su hora de acostar y conseguir así que el sábado se levantaran más tarde. De esa manera, ellos dormían un poco más las mañanas de los fines de semana. Es decir,
cambiaban el horario de sueño de sus hijos para que ellos pudieran dormir más
los fines de semana. He observado que esta es una práctica habitual: el
intentar que los hijos amanezcan más tarde los fines de semana retrasándoles el
sueño con siestas o salidas nocturnas.
Romeo se levanta con la luz del
sol. El sol rige sus horarios. Si un día se acuesta más tarde por algún motivo
especial que le ha mantenido despierto, al día siguiente se vuelve a levantar
con el sol. Cuando se queda a dormir con sus abuelos lo recordamos para que lo
tengan en cuenta en sus quehaceres. Pero no sirve de nada. Con ellos el tiempo
se acelera y se va llenando cada vez de más cosas. De tal manera, que a última
hora de la tarde, cuando Romeo está más cansado, la actividad propuesta requiere
grandes dosis de energía. Y claro, al día siguiente Romeo, que sigue
amaneciendo con el sol, está hecho polvo porque ha dormido menos horas de lo
que acostumbra. Por más que les decimos que desaceleren y hagan cosas
tranquilas según avance el día, nada. Lo hacen justo a la inversa. Hace unos días se fueron a Carrefour a las seis de la tarde, cuando a esa hora en casa ya
estaríamos preparando la cena, para echar monedas a las máquinas y ver letreros
luminosos. Me cuesta asumir que la necesidad de A y A de estar con su nieto es
más fuerte que la necesidad de sueño de Romeo. Nieto y abuelos bailan la danza
del día a otros ritmos. Es uno de esos ritmos de motivos especiales que le
mantienen despierto más de lo habitual. Al día siguiente los padres, nosotros,
tenemos que aguantar la resaca del baile. Y entonces, yo me cabreo porque mi
madre no me hizo caso, no atendió mis indicaciones. El cuidado de nietos es también cuidado de abuelos. Ya escribí un día: "Cuando dicen que la conciliación
la sostienen los abuelos, o que sin abuelos el país se viene abajo, yo me quedo
pensando que, quizás, es al revés: que son los nietos los que sostienen a los
abuelos, mientras los hijos lo contemplamos".
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