Otro personaje del mundo de mi
Cine es el acordeonista. Llega con el frío y se va con el calor. Siempre toca
la misma música o, mejor dicho, siempre presiona los mismos acordes; que se
mezclan con el sonido de la Navidad, con las bandas sonoras que el Cine exhala,
o, como el otro día, con la música de otros compadres callejeros. Mi compañera, que estaba en la taquilla, lo vio todo y me lo contó. Un hombre se acercó a nuestro
acordeonista, le enseñó un instrumento musical y se pusieron a hablar o
discutir. Lo que pudo ser una pelea por defender el territorio,
resultó ser un encuentro de amigos, donde nuestro acordeonista alardeó con su
mejor técnica y dejó boquiabierta a mi compañera. Todos pensábamos que apenas sabía
cuatro notas, las que siempre toca, y resulta que es un portento
del acordeón. Quizás se guarda bajo el acordeón ese arte que sólo usa con los
más allegados o con los de su especie (como el que se le acercó). Quizás
no quiere gastar su arte en la calle, donde va al aire, y prefiere conservarlo
entre cuatro paredes. Sin duda es otra técnica distinta a la del trompetista, la que
utiliza para conseguir unas monedas. Mientras aquel parece ensayar entre los
árboles las melodías que acompañan su vida, éste ahorra notas musicales que
luego gasta entre los suyos. A más ahorro, mayor ganancia; pues el consumo de energía es menos, digo yo…
¡Qué bello es el cine!
¡Qué bello es el cine!
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