Un día un señor quiso hacer un
trato conmigo y una entrada de cine. Pero por más que me lo explicaba, no conseguí llegar al fondo de su discurso. Misión que, para mí, se convirtió en llegar a lo más recóndito de su cerebro.
Pues visto que desde el intercambio de palabras entre emisor y receptor, cliente y taquillera, no
llegábamos al entendimiento, intenté captar información de otros
estadios. Así, después de observar ojos, boca, manos, hombros, indumentaria… me concentré en
su cerebro. Al estilo Supermán quise irrumpir en su encéfalo y seguir las
conexiones neuronales que lo llenaban. Pero nada, aquello fue misión
imposible. El resumen que me hice de toda aquella verborrea pasado el episodio
fue algo así: quería usar un descuento caducado para comprar una entrada para
otro día. En realidad era algo mucho más complejo, pues apeló a las cuentas de
mi caja, al día x en el que no podía ir al cine, a un papelito que podía hacer
las veces de bono… Pero cuando mis compañeros, intrigados por la escena que
acaban de escuchar y presenciar, me preguntaron, lo resumí así.
De todo aquello me quedé con la frase que soltó al despedirse:
“qué suerte tienes de no entender
nada, no lo pasas tan mal como yo que entiendo todo”.
¡Qué bello es el Cine!
¡Qué bello es el Cine!
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