He participado en muchos
concursos. He ganado algunos, no he ganado muchos y he quedado sin saber resultado en muchísimos. Esto último hace que ya no quiera participar en ninguno. Recuerdo uno de un
suplemento dominical en el que estuve persiguiendo el fallo, llamando a unos y
a otros, hasta que finalmente me di por vencida. Supuse que jamás se falló o se hizo a puerta cerrada con el consiguiente chanchulleo del premio. Hace poco me
ha vuelto a pasar porque caí en la propuesta al pensar en mi tía como perfecta
candidata. En la memoria de todos, tenía por título la convocatoria. Se trataba de escribir una historia sobre las manchas de
ropa. Esta vez era un sorteo. Es decir, que no se elegía al mejor sino que
entre todos los participantes se sorteaba el premio. Estoy cansada de preguntarles por el resultado del sorteo. Lo han conseguido.
Reclutar lectores, anunciar el producto ofertado como premio y producir de
nuevo mi hartazgo y desconfianza. Espero no volver a caer. Creo que tengo un
poco espíritu de Charlie y por eso nunca lo dejo
del todo.
Por el Día del Libro en el
colegio de Romeo se convocó un concurso literario. Romeo no quiso participar
porque dice que siempre gana el participante más pequeño o el más pelota, “que
es el que escucha mucho, no habla nada y hace todo lo que le dicen”.
También en el colegio, por
Halloween, hubo un concurso de calabazas del que nunca supimos resultado. Lo mismo con el concurso de dibujo
para el diseño de las camisetas de la carrera escolar.
Creo que en el mundo de Romeo
ocurre lo mismo que en el mío. ¿Esto se hereda?
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