Cuando el sistema de proyección
del cine cambió de analógico al digital me regalaron una caja con un rollo de
película. No pude elegir. Se trataba de Balada
triste de Trompeta, me dijeron. Por un lado, estaba contenta de llevarme un
recuerdo de aquella etapa que se cerraba. Por otro, me acogió cierta
intranquilidad al pensar que estaba metiendo en casa un personaje que me
pintaron diabólico y “muy de tu estilo”. Dicho irónicamente, entendí enseguida.
Esa caja roja con el rollo dentro
ha estado en el cajón de los proyectos los años que tiene mi hijo, diez. Quería
hacer algo con ella, con la caja, con el rollo, pero no se me ocurría qué. Pensaba en Cinema Paradiso y me alegraba de que
aquel rollo no fuera inflamable. Busqué en internet cómo hacer una lámpara,
pero no me convencía. Un día pensé que antes de hacer algo con aquel rollo tenía
que ver la película que narraba. Tuve la suerte de que poco después la pusieron
en televisión. La vi. Me gustó ver algo del ambiente de uno de los mundos que más
me emocionan. Por lo demás, como ya me había imaginado, lo pasé mal. Abrí la
caja para identificar los fotogramas y descubrí que no se trataba de un rollo
de película, sino de un rollo con dos trailers de películas: Golpe de efecto y una de Harry Potter. Claro, pensé, ¡si una
película no cabe en un rollo! Mis años de proyeccionista tirados por la borda. Me
acordé de mis compañeros que me habían hecho pasar diez años mirando de reojo
la caja con el rollo, por el temor de que un payaso maquiavélico acabara iluminando mi
habitación. Me reí. –Mamá, ponen Golpe de
efecto en la tele. ¡Menuda casualidad-causalidad! Ese mismo día. La grabé y
poco después la vi. Ahora ya no tengo miedo de que los fotogramas dejen pasar
la luz del sol que ilumina mis días. Lo que me sobre lo usaré como lazo para
regalos. La caja redonda roja será el envase de nuestras pizzas portátiles. ¡Qué bello es el Cine!
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