Recuerdo las meriendas de mi infancia. Media hora de pausa en medio de la tarde para dejar de hacer deberes. Me la preparaba en la cocina sobre una bandeja marrón con huequitos (parecida a la de los aviones): sándwich con pan de molde alargado (Semilla de Oro) de jamón york, queso… acompañado de un zumo o un yogur. En el salón viendo Barrio Sésamo la devoraba. Después volvía a la tarea. Esa media hora me sabía a gloria.
Ahora pienso en cómo
ese tiempo y espacio de merienda han desaparecido de mi vida. Cenamos pronto, a
las 19:00-19:30, porque nos gusta acostarnos con la digestión hecha. Comemos a
las 14:30, cuando llegamos del colegio. Entre una hora y otra no hacemos
hambre, así es que no hay lugar para esa añorada merienda.
Cuando Romeo va a casa de los
abuelos merienda. La abuela crea, para hacerle ingerir alimentos saludables,
brochetas con fruta, zumos multicolores… y para cenar sopita. La yaya le
prepara sándwich de jamón york que le encantan.
Cuando tras el cristal de las cafeterías veo a personas
mayores tomando un café con tostadas a media tarde, me acuerdo de mis
meriendas. También cuando a la salida de los coles por la tarde veo a las niñas
y niños con bocadillos en la mano mientras corretean con sus amigos. Cuando
llevaba a Romeo a clases de Scratch había un niño que compaginaba mordiscos
a un bocadillo con toques de ratón. Tengo un compañero en
el Cine que todos los días sobre las 18:00 merienda un dulce.
El afternoon tea en Inglaterra es
una merienda interminable: salado, dulce, bebidas…
He apuntado en mi agenda "merienda Romeo" porque me da pena que no tenga un recuerdo de merienda, como yo lo tengo, antes de dejar de ser niño, y porque alguna vez me lo ha pedido, influenciado por algo. Lo que no sé es
cómo la acoplaré en nuestro día, ahora que soy cada vez más
consciente de mi cuerpo y observo que muchas de las pautas sociales vienen
marcadas por intereses externos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario