Creo que a mi hermana A le gustan las sorpresas. Al menos se relaciona conmigo mediante sorpresas. Sorpresas que en mí producen el efecto de problema pasado el breve impacto de la sorpresa. Esa es la danza que bailo con mi hermana desde hace tiempo. Una rutina de pasos de baile que he intentado desmontar y he fracasado.
Romeo ayer tenía que hacer un
ejercicio para el colegio: traducir mediante emoticonos un refrán. Cuando
terminó de hacerlo me lo mandó por whatsapp para que lo pudiera ver. El refrán
escogido era: a caballo regalado no le mires el diente. Sabe que ese refrán yo
lo reinventé: a caballo regalado mírale el diente y si no te gusta descambialó.
Me niego a quedarme con algo que me han regalado si no va conmigo o ya lo tengo. No creo en el yugo sentimental del regalo.
Mi hermana, sin embargo, es de
las de quedarse el caballo. Por eso nuestro baile se convierte en
batalla:
Unas navidades me regaló un cacharro para hacer fundí muy parecido a uno que ya tenía. Lo quise descambiar. Se enfadó.
A Romeo por su cumpleaños le regaló un libro que ya
tenía. Lo quisimos descambiar. Se enfadó.
Hace poco nos regaló unas
entradas para un espectáculo que ya habíamos visto dos veces. Cuando le dije
que nos preguntara antes de comprar entradas la próxima vez, se enfadó.
Entiendo que para ella son muy
importantes las sorpresas y que por ello no quiere consultar antes de comprar.
Para mi es muy importante gestionar los recursos del mundo, mi espacio y mi tiempo.
Entiendo también que me siento no
escuchada cuando este problema se repite, y eso hace que después de la breve
sorpresa me exprese con enfado que, a su vez, hace que se acreciente el suyo. Entiendo que entender lo que me pasa cuando
tengo un problema es el primer paso para arreglarlo. Gracias por leerme.
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