jueves, 27 de febrero de 2025

Descomprar

 

Cuando le conté hace unos meses a una desconocida que al cumplir 50 años dejaría de comprarme cosas, me contestó que eso era imposible porque comprar es una necesidad humana. Me llamó la atención que equiparara la acción de comprar con la acción, por ejemplo, de respirar.

Yo puedo pasarme un día entero sin comprar absolutamente nada. Es más, el hecho de comprar casi nunca me supone un placer sino todo lo contario. Tener que meter esa actividad de comprar en mis quehaceres cotidianos supone para mí un esfuerzo.  Cuando he querido comprar algo siempre me lo he pensado mucho. En un viaje me perdieron la maleta y fui incapaz de gastarme los cincuenta dólares diarios que me daban de compensación. No me gusta ir a una tienda y que nada más pisar el suelo de ésta se te acerque un dependiente a preguntar si te puede ayudar, no me gusta esperar a ser atendida, no me gusta esperar cola para pagar algo, no me gusta reclamar un precio cuando se confunden, no me gusta devolver algo cuando está defectuoso… Además, cuando a veces lo que he querido sólo lo he encontrado por internet me ha supuesto un quebradero de cabeza añadido. El otro día, por ejemplo, mi hijo quiso que comprara comida por internet y fui incapaz porque no veía por ningún sitio en qué consistía lo que quería comprar: cantidad, ingredientes.... Una vez me compré unos zapatos por internet, después de haberlos buscado en París, y casi no me los puedo poner porque me hacen daño.

El otro día me llamó la atención que mi jefe nos explicara con una cara que rebosaba orgullo por todos sus poros, que él era el “paganini” de la familia, el que pagaba todo. Tenía que llevar el teléfono móvil de su hija a arreglar y estaba pletórico de tener que hacerlo y pagar por ello.

Recuerdo hace años que mi cuñado me dijo que librando fines de semana iba a notar que gastaba más. No he notado tal cosa.

Recuerdo una cosa que me dijo una vez un amigo: los centros comerciales de las zonas adineradas de Madrid están vacíos, mientras que los de las zonas menos adineradas están llenos siempre. Los trabajadores que trabajan a destajo necesitan sentir que su vida vale algo a golpe de compras y se administran mal pues lo hacen atendiendo esa pulsión, esa necesidad de sentirse satisfechos tras un duro trabajo. (Me faltó hablar con mi amigo de otras combinaciones posibles, pero eso es otra historia.)

No me gusta el teatro que tanto veo desde la taquilla de “pago yo, no, yo, no, yo…“ y dos que se pelean por sacar el dinero o desenfundar el móvil ahora. Ayer quedé con una amiga para tomar café y antes de que llegara la típica escena, pagué. 

Mi tía dice que compra por no dejar de hacerlo en las tiendas que la conocen.

Me llama la atención que mi madre no quiera usar nada de lo que lleva el apellido gratis. 

En casa tenemos una estantería de descomprar, cosas que vendemos o regalamos. 

No hay comentarios: