Cuando le conté hace unos meses a
una desconocida que al cumplir 50 años dejaría de comprarme cosas, me contestó
que eso era imposible porque comprar es una necesidad humana. Me llamó la
atención que equiparara la acción de comprar con la acción, por ejemplo, de respirar.
Yo puedo pasarme un día entero
sin comprar absolutamente nada. Es más, el hecho de comprar casi nunca me
supone un placer sino todo lo contario. Tener que meter esa actividad de
comprar en mis quehaceres cotidianos supone para mí un esfuerzo. Cuando he querido comprar algo siempre me lo
he pensado mucho. En un viaje me perdieron la maleta y fui incapaz de gastarme los cincuenta dólares diarios que me daban de compensación. No me gusta ir a una tienda y que nada más pisar el suelo de ésta
se te acerque un dependiente a preguntar si te puede ayudar, no me gusta
esperar a ser atendida, no me gusta esperar cola para pagar algo, no me gusta
reclamar un precio cuando se confunden, no me gusta devolver algo cuando está
defectuoso… Además, cuando a veces lo que he querido sólo lo he encontrado por
internet me ha supuesto un quebradero de cabeza añadido. El otro día, por
ejemplo, mi hijo quiso que comprara comida por internet y fui incapaz porque no
veía por ningún sitio en qué consistía lo que quería comprar: cantidad,
ingredientes.... Una vez me compré unos zapatos por internet, después de
haberlos buscado en París, y casi no me los puedo poner porque me hacen daño.
El otro día me llamó la atención
que mi jefe nos explicara con una cara que rebosaba orgullo por todos sus
poros, que él era el “paganini” de la familia, el que pagaba todo. Tenía que
llevar el teléfono móvil de su hija a arreglar y estaba pletórico de tener que
hacerlo y pagar por ello.
Recuerdo hace años que mi cuñado
me dijo que librando fines de semana iba a notar que gastaba más. No he notado
tal cosa.
Recuerdo una cosa que me dijo una
vez un amigo: los centros comerciales
de las zonas adineradas de Madrid están vacíos, mientras que los de las zonas
menos adineradas están llenos siempre. Los trabajadores que trabajan a destajo
necesitan sentir que su vida vale algo a golpe de compras y se administran mal
pues lo hacen atendiendo esa pulsión, esa necesidad de sentirse satisfechos
tras un duro trabajo. (Me faltó hablar con mi amigo de otras combinaciones
posibles, pero eso es otra historia.)
No me gusta el teatro que tanto
veo desde la taquilla de “pago yo, no, yo, no, yo…“ y dos que se pelean por
sacar el dinero o desenfundar el móvil ahora. Ayer quedé
con una amiga para tomar café y antes de que llegara la típica escena,
pagué.
Mi tía dice que compra por no
dejar de hacerlo en las tiendas que la conocen.
Me llama la atención que mi madre no quiera usar nada de lo que lleva el apellido gratis.
En casa tenemos una estantería de descomprar, cosas que vendemos o regalamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario