Recuerdo como si fuera ayer cuando mi padre nos cortaba el pelo. En el cuarto de baño, sobre un taburete rojo nosotras, él sentado en la bañera o de pie, una toalla alrededor del cuello y la tijera rozando nuestra oreja al ritmo de un zumbido metálico. Al día siguiente el comentario de mi vecina: “¿qué, ya os ha colocado de nuevo el tazón vuestro padre?” Y yo tan orgullosa de mi nuevo corte de pelo. Una niña de mi clase me acariciaba la cabeza porque decía que tenía el pelo muy suave. Cuando dejó de cortárnoslo porque ya no se lo pedíamos o no sé por qué, me convertí en catadora de peluquerías, pero nunca encontré algo que me gustara. Casi siempre era porque interpretaban lo que yo les decía, incluso a veces ilustrado con fotos de revistas, con lo que estuviera de moda ese año. Me imagino a una patrulla de vigilantes de peluquería dando formación a los peluqueros cada cambio de moda o temporada para que éstos ejecuten independientemente de lo que les pida el cliente. Una vez pregunté para rizármelo y me dijeron que no me iba a quedar bien. Aunque no me gustó la respuesta, ¿qué es quedar bien?, agradecí no haberlo hecho. Agradezco cada momento de mi vida en que me ha tentado el cambio formal o de color de mi pelo y no lo he hecho. Agradezco tener mi pelo original y no habérmelo rizado, alisado ni teñido jamás. Es por ello, pienso, por lo que tengo un cabello fuerte y agradecido.
Hace una semana escribía otra oda
a mi pelo porque estaba a punto de ir a la peluquería y me acordaba de la
trayectoria que he recorrido con él desde que me quedé calva. Decía y sigo
opinando que me gusta levantarme cada día y ver la forma que ha adquirido y en
función de eso peinarme de una manera u otra. Lo esculpo cada día a mi antojo
según lo veo, según me siento. Son las únicas transformaciones que necesita
para que yo me encuentre a gusto con él y él conmigo. Eso y lavármelo una vez
por semana.
He decidido que no voy a ir a la
peluquería, que me gusta observar el crecimiento libre de mi pelo y moldearlo a
mi gusto según las circunstancias. Cuando me canse, me lo vuelvo a rapar y
vuelta a empezar. Además, eso supondrá menos necesidad de tiempo y de dinero,
dos cosas básicas en mi opinión para ser cada vez más libre.
Ahora bien, cuando sea viejecita
y lo tenga todo blanco, quizás me lo tiña de azul, mi color preferido. Será mi pella a la vida para
despedirme a lo grande homenajeando a mis ancestros peluqueros.
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